Por la tarde generalmente trabajo en casa. Cuando empiezo a tomar la forma del sillón, o a perder la concentración, salgo a caminar un rato. Entre semana, cuando Coyoacán no está infestado de alegres visitantes, camino por mi calle favorita: Francisco Sosa.
Una de sus grandes bellezas es también la causa de un problema interesante. A todo lo largo de esta calle crecen muchos árboles. Algunos de ellos son enormes y ocupan una buena parte de la banqueta, de modo que sólo puede pasar una persona a la vez.
Quizás un antropólgo se podría dedicar a observar las reacciones de las diferentes personas. Hay algunos (pocos) que se paran y dejan pasar al otro, o que simplemente se bajan de la banqueta y siguen por la calle. Y entre estos dos extremos hay todo tipo de gestos y acciones harto interesantes que pueden acabar en lo ridículo.
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