sábado, 11 de junio de 2011

De animalibus

Soy alérgica a las juntas de trabajo; en toda mi vida he asistido quizás a 3 que sirvieron de algo. Esta semana tuve dos, ejemplos perfectos de la norma. El colmo fue la del viernes, que además de inútil, fue muy irritante.

Al salir, atorada en el tráfico, iba buscando la mejor manera de describir a este compañero de trabajo y me acordé de la excelente clasificación que hizo Borges en su cuento "El idioma analítico de John Wilkins":

los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.
El especímen en cuestión entra, sin duda, en el último grupo. Nomás tengo que acordarme de conservar mi distancia.

viernes, 10 de junio de 2011

Etiqueta de banqueta

Por la tarde generalmente trabajo en casa. Cuando empiezo a tomar la forma del sillón, o a perder la concentración, salgo a caminar un rato. Entre semana, cuando Coyoacán no está infestado de alegres visitantes, camino por mi calle favorita: Francisco Sosa.

Una de sus grandes bellezas es también la causa de un problema interesante. A todo lo largo de esta calle crecen muchos árboles. Algunos de ellos son enormes y ocupan una buena parte de la banqueta, de modo que sólo puede pasar una persona a la vez.

Quizás un antropólgo se podría dedicar a observar las reacciones de las diferentes personas. Hay algunos (pocos) que se paran y dejan pasar al otro, o que simplemente se bajan de la banqueta y siguen por la calle. Y entre estos dos extremos hay todo tipo de gestos y acciones harto interesantes que pueden acabar en lo ridículo.