De vez en cuando, me encuentro alguien que dice muy bien algo que he pensado. Éste es el caso del inicio de la columna de Antonio Muñoz Molina en el suplemento Babelia del País de la semana pasada:
Decía Borges que los seres humanos nacen aristotélicos o platónicos; yo
he pensado muchas veces que nacen, nacemos, acreedores o deudores, de
modo que hay quien se pasa toda la vida exigiendo lo que se le debe y
quien vive angustiado por las deudas urgentes que se le están reclamando
siempre. También empiezo a sospechar que se nace para estar dentro o
para quedarse o sentirse fuera, para creerse instalado sin incertidumbre
o para temer a cada momento que lo expulsen a uno de donde acaba de
llegar, que vayan a rechazarlo cuando se acerca al control de pasaportes
de un aeropuerto, incluso que no se le vayan a abrir unas puertas
automáticas. La paradoja es que la mayor parte de los logros más
valiosos, en las artes o en las ciencias, suelen deberse a personas que
están fuera, o al menos al margen, o en una esquina no privilegiada; y
que quienes se encargan de juzgar y de extender certificados de
legitimidad son los que están dentro, los situados, los instalados, los
que mucho antes de llegar a su posición inapelable ya la presentían, ya
la ejercían, ya estaban entrenándose.
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